
Guardaba la pequeña sonrisa como si se tratara del mayor de los tesoros. Jugaba con ella, la acariciaba, la contemplaba y luego la devolvía al pequeño cofre que le servía de guarida. A todos lados la llevaba y nunca, desde aquella tarde en que la casulidad le develó un gusto compartido, pudo separarse de ella. Era lo único que le había dejado pero también lo que más necesitaba: la sonrisa olvidada, perdida, la sonrisa profunda, verdadera, repleta de ganas y de ilusiones, de nuevas ilusiones, de puertas cerradas y ventanas abiertas; sí, sólo éso le quedó cuando él se perdió entre la gente, sólo su sonrisa, la de ella, la que él le había pintado, la que hacía tanto andaba buscando, de noche en noche, de bar en bar, la misma que hace un tiempo le habían arrancado y que por éso mismo ahora cuidaba con tanto empeño, sólo su sonrisa, nada y a la vez todo, una espalda cada vez más lejana y una sonrisa tremendamente poderosa, sonrisa que por momentos jugaba a la escondida pero sin encontrar nunca un sitio que la pusiera completamente a salvo del "piedra por vos"